miércoles, 27 de mayo de 2009

Odio el fútbol (por Alber Vázquez)

Con estos ojitos que se han de tragar la tierra, vi el otro día, por la tele, cómo un aguerrido reportero se adentraba en el peligroso aparcamiento del Fútbol Club Barcelona, poniendo en peligro su integridad física (los legionarios son nenas de teta comparados con los seguratas que suele haber en estos parajes), obtenía un primer plano del hummer de Ronaldinho. Atención, que el asunto no es una chorrada, sino más bien un interesante documento sociológico que nos da para pensar un rato largo: ¿qué demonios ha sucedido para que un chaval considere que lo adecuado para él es conducir el mismo vehículo con el que el ejército norteamericano apatrulla Badgad? ¿Es que no le valía con un cuatro por cuatro de los que hay aquí (y mira tú que los hay cojonudos)? Pues no, la respuesta obvia es que no. Tú eres Ronaldinho y conduces un hummer por las calles de Barcelona. Lo cual, cuidado, hasta me parece normal. Si yo fuera Ronaldinho, te juro que iba a entrenar en un cadillac rosa con dos rubias con las tetas al aire en el asiento trasero. Qué pasa, es mi dinero y tengo tanto que soy idiota porque me da la gana. Y punto en boca. A chorra, a mí no me gana nadie.


Foto: Pepx.

De manera que uno ve hasta lógico que cosas así sucedan. Que chavales sin demasiado seso reciban cantidades ingentes de plata por no pegar un palo al agua, sean centro continuo de atención mediática, gocen de un desmesurado prestigio social y tengan a mil chatis dispuestos a tirárselos en el baño de una discoteca de lujo, son motivos suficientes para que el primate medio se idiotice por completo. Una relación causa-efecto muy elemental. De manual. Futbolistas subnormales e indisciplinados de crestas chungas y tatuajes gilipollas y que, encima, se permiten el lujo de hacerles cortes de mangas a la grada cuando meten un gol. ¡A la grada, por el amor de Dios! A los patronos, a los que pagan la entrada y les pagan los sueldos, los hummers y las fulanas. Y, encima, la grada, exultante. Enardecida. Encantada de que un patán les falte al respeto. Con dos cojones. Te cagas en mi puta madre y yo aplaudiendo a rabiar y dándome la vuelta en el asiento para ver si el resto de homo erectus secunda la gracia. Ja, ja, ja, Ronaldinho tiene un hummer, mira tú cómo mola. Gabriel Celaya se murió en la indigencia, pero Ronaldinho tiene un hummer, ja, ja, ja.

Dios, qué puta mierda de raza la mía, que es capaz de parir cosas tan desoladoramente bellas como la Segunda Sinfonía de Serguéi Rachmáninov y que, al tiempo, no se corta en emprenderla a hostias en la calle porque tu equipo es peor que el mío y el hijoputa del árbitro nos robó el partido. Cabrones todos. Cabrones los que hacen y permiten que las cosas sean como son. Que los tontos asciendan a la cúspide de la pirámide y, mientras se sacan la polla y nos mean desde allí con descaro, nosotros abramos la boca gozosos a ver si aspiramos un poquito del pis de nuestros ídolos. Virgen santa, cómo me avergüenzo de mi estirpe. Me avergüenzo de mi país, de mi gente y de la puta madre que nos parió a todos. Mamones. Por todo eso, odio el fútbol.

martes, 5 de mayo de 2009